
UN CUENTO TERAPÉUTICO, SOLO PARA TI
Había una vez una pequeña semilla que fue sembrada con mucho cuidado por una bondadosa anciana que la cuidaba cada día, buscaba que la tierra fuera suave y espaciosa, que tuviera la humedad adecuada, la temperatura adecuada y todas las noches, antes de dormir, le cantaba una canción.
Así pasaron varias semanas, y la semilla se convirtió en plantita.
Mientras más crecía más verde y larga era, con brillo en sus pequeñas hojas, todo parecía perfecto. Hasta que cierto día, un ave que surcaba los cielos, decidió bajar y arrancarle una hoja, le dolió tanto, que para protegerse de nuevas aves se envolvió de una capa gruesa de resina que al secarse formo nódulos duros como piedras. La planta creía que con eso estaría a salvo, sin embargo, mientras más crecía eran más los animales que unas veces con consciencia y otras sin ella, la dañaban y la lastimaban, obligándola cada vez a cubrirse de una nueva capa de resina.
Lo único que le confortaba era escuchar cada noche el canto de la anciana que a pesar de parecer más una roca que una planta, la seguía amando como cuando era una semillita tierna y frágil.
Así pasaron varios años, colocándose cada día una nueva capa sobre la anterior, capa tras capa, la planta no se daba cuenta que iba perdiendo movilidad, que cada vez le costaba más trabajo respirar, que ya no sentía la luz del sol que le pegaba en el día, ni el viento fresco que la acariciaba por las noches, así siguió, cuidándose inclusive de su propio miedo a ser lastimada, había meses que ningún animal se acercada, pero ella seguía colocándose su capa de resina.
Un día descubrió que casi no veía, sólo quedaba un pequeño agujero en esa gigantesca capa de resina que se convertía de apoco en corteza, y por ese pequeño orificio alcanzó a ver que la anciana se acercaba a ella, la veía mover los labios, pero ya no escuchaba su canto, la resina había cubierto sus oídos, ya no podía más escuchar el canto que tan bellos momentos le recordaba.
Trató de pedir ayuda, pero la coraza estaba tan apretada que le impedía hablar, no podía ni moverse… poco a poco comenzó a morir, sus hojas comenzaron a secarse, a volverse cafés, luego grises… y ella perdió la esperanza.
La anciana, se dio cuenta de todo lo que había ocurrido, y decidió poner manos a la obra, y comenzar a desprender la capa de corteza que estaba asfixiando a su adorada planta. Cada pedazo de corteza arrancada revivía con más fuerza el dolor de cuando fue creada la herida por la que se formó, quemaba, ardía, dolía con un dolor tan profundo que era imposible pensar. Cuando la anciana terminó de arrancar la corteza, untó a la plantita con un ungüento de aloe que le calmó un poquito el dolor, y entre canciones dejó que la plantita durmiera y descansara.
Al día siguiente, todo se veía diferente, se podía sentir de nuevo la luz del sol, el viento, se escuchaba todo con claridad, inclusive los animales que se acercaban ya no lastimaban tanto. Fue entonces cuando la planta recordó la canción que le cantaba la anciana cada noche, y la frase “Vale más disfrutar de la vida, con todo y sus molestias, que por protegerse de la molestia, dejar de vivir el amor” cobró un sentido especial.
Espero éste artículo haya sido de ayuda para ti, parte de nuestra misión en Equilibrium es brindar consciencia, agradecemos el habernos leído.
Psicoterapeuta Carolina Contreras
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